Cuando tomas un libro, en realidad no solo sostienes papel y tinta; sostienes un umbral.
Cada página es una puerta, y la lectura, más que un acto, es una migración íntima hacia el territorio de lo posible. Es un diálogo silencioso donde el autor propone y tu mente, sin prisas, responde con imágenes, con emociones que creías olvidadas o con preguntas que ni siquiera sabías que tenías.
El verdadero viaje no está en las palabras, sino en la pausa que se crea entre ellas y tú. Es en ese espacio donde el tiempo se diluye, donde lo que lees se convierte en un espejo, revelándote no solo el mundo de otro, sino también los paisajes inexplorados de tu propia alma.
Leer, en esencia, es un acto de humildad y valentía. Humildad para dejar que una nueva voz te guíe, y valentía para confrontar las ideas que transformarán, sutil pero irrevocablemente, la persona que crees ser. Permítete ser movido, porque al cerrar el libro, jamás serás exactamente el mismo que lo abrió.

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