Soltar resulta doloroso, sin embargo, constituye un imperativo necesario.
El acto de liberarse nos permite vivir de manera más ligera. Con frecuencia, nos encontramos inmersos en una lucha por mantener una relación que, en su momento, prometió ser eterna. En múltiples ocasiones, nos aferramos a aquellas promesas y a ese compromiso que parecía inquebrantable.
No obstante, se alcanza un punto en el que el concepto de "para siempre" se disuelve. La realidad nos confronta con el hecho de que ya no cumplimos las expectativas de la otra persona, y surge el doloroso reconocimiento de que sus sentimientos han mutado. A pesar de esta certeza, persistimos en el aferramiento; continuamos sembrando afecto, con la esperanza de ser correspondidos y de asegurar su permanencia. Sin embargo, en este esfuerzo, se comienza a ejercer una presión indebida sobre alguien que desespera por marcharse.
Las disputas comienzan, el maltrato puede intensificarse, y en medio de la desesperación, tendemos a culpar a terceros o a creer que el afecto se ha extinguido. La verdadera reflexión, sin embargo, nos indica que somos nosotros quienes no logramos liberarnos.
Aunque el proceso de soltar siempre implica una aflicción, es un trago amargo indispensable. Tras el dolor, sobreviene la paz, esa serenidad que se percibe tan distante mientras se atraviesa la tormenta. Es fundamental reconocer que la carga que intentamos sostener puede no correspondernos.
Insistimos en sostener situaciones que se encuentran al borde del colapso, bajo la creencia de que podemos repararlas. Pero existen circunstancias que deben ser liberadas, no por una carencia de amor o de esfuerzo, sino porque el bienestar personal también es prioritario.
Si una situación está consumiéndole, si la sensación de estar al borde del precipicio es inminente, quizás es el momento oportuno para dejarla ir. Es necesario confiar en que, al soltar, se hallará un camino renovado: uno más sólido, más seguro y repleto de nuevas posibilidades.
Este principio es aplicable a todas aquellas personas que mantienen un vínculo que, de manera evidente, está generando un daño mutuo.

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